M. Belén, con su enfermedad ya muy avanzada, anhelaba despedirse del mar. No pedía grandes cosas, solo ese instante: la brisa salada acariciando su rostro, el sonido de las olas envolviendo su despedida y, lo más importante, el calor de su familia a su lado.
Con una sonrisa serena y alguna que otra lágrima rodando por sus mejillas, miraba al horizonte como quien mira un viejo amigo. Allí, en medio del azul infinito, encontró paz. Agradecida, cerró los ojos un momento y dejó que el amor la sostuviera, como si el mar mismo la abrazara.
Fue un instante eterno. Amor, mar y familia: su deseo hecho realidad.


