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El viaje de Agustín

Envuelto en el suave murmullo del motor, Agustín viajaba acompañado por su familia y por los recuerdos de toda una vida. Cada kilómetro recorrido en la Ambulancia del Deseo lo acercaba a su sueño más profundo: volver a Calblanque, el lugar donde había crecido, reído y amado.

A su lado, sus hijos y nietos compartían un silencio lleno de emoción… un silencio que hablaba de amor, de memoria y de gratitud.

Calblanque no era solo una playa para Agustín. Era su hogar, el escenario de veranos infinitos, de risas junto al mar y de días en los que la vida se sentía eterna.

Cuando las puertas de la ambulancia se abrieron, el aire salado del Mediterráneo lo envolvió. Ese aroma a mar y libertad lo transportó a aquellos años felices. Con ayuda de su familia y del equipo de la Fundación, llegó hasta la orilla. Allí, frente al horizonte, cerró los ojos y sintió:

el viento cálido, el rumor de las olas y el amor de los suyos abrazándolo.

No había dolor, solo paz y plenitud. En ese instante, Agustín no era un hombre al final de su viaje, sino el joven que jugaba con sus hijos en aquella misma arena dorada.

Miró a su familia, su mayor tesoro, y luego al mar que siempre le esperó. Supo entonces que su deseo se había cumplido: regresar a su pedazo de paraíso, con el sol brillando en su alma y la sal en el aire.

Gracias, Agustín, por recordarnos que cumplir un deseo no es solo un acto, es un regalo de amor y de vida.