Desde pequeño, José Manuel llevaba en las venas el sonido de las cornetas y tambores, y la devoción a la Esperanza Macarena, que su madre tanto amaba.
Con el tiempo, la vida lo llevó lejos de Sevilla, hasta los paisajes mineros de Linares, donde creció y dedicó su vida a lo que más amaba: la música y la Semana Santa.
Dirigió bandas, formó músicos y compartió su pasión con todos los que, como él, sentían la emoción de una marcha bien interpretada.
Pero su corazón seguía latiendo por su tierra, y cada vez que podía regresaba para reencontrarse con su familia musical: Las Cigarreras. Allí, entre notas y recuerdos, enseñaba, reía y dejaba huella.
Tras varios años, José Manuel volvió a su banda del alma para vivir un ensayo muy especial. Al entrar, resonaron las voces de sus compañeros:
“¡Maestro!”
Le esperaban abrazos sinceros, admiración, cariño… y la emoción de volver a tenerlo frente al atril, con su inseparable batuta.
Fue un deseo precioso, cumplido con amor y respeto.
Esa tarde, José Manuel dejó su batuta en herencia a su banda querida.
Porque, a partir de ahora, su corazón seguirá marcando el compás, y cada golpe de tambor llevará su nombre, su entrega y su música.










